viernes, 16 de enero de 2009

LA CHICA DEL MAR


Me contaba en una ocasión, un viejo marinero. Una historia a cerca del amor de una madre, por su hijo de diez años.
Su nombre era Dirma. Era la esposa de un marinero, que pasaba más tiempo en alta mar que en su casa. Fruto de este matrimonio, nació un rollizo bebé al que pusieron por nombre Méndel.
Como solía pasar cuando los barcos no eran tan seguros, una jornada de horribles tormentas, hizo que el barco tripulado por el marinero, naufragara, dejando una viuda mas en el puerto, y un huérfano de diez años.
Dirma le explicó a Méndel entre sollozos, que Poseidón, dios del mar, había reclamado la presencia de su padre, para que le ayudara en sus tareas de pesca, ya que su padre era un gran pescador. La pobre criatura, creyó las palabras de su madre. ¿Cómo iba a dudar de las palabras de quien lo había traído al mundo? Pero cada día, a la vuelta del colegio, se quedaba sentado en un dique del puerto, mirando hacia el horizonte, a la espera de ver como en la delgada línea que separa el cielo del mar, apareciera la silueta del barco de su padre.
De que tamaño sería el corazón de Méndez, que no había tarde, que no fuera a esperar a su padre. No importaba si hacía un sol infernal, o un frío gélido. No importaba si hacía viento, o llovía a mares.
Él, siempre esperaba.
Una tarde de otoño, mientras esperaba sentado, se comía el trozo de pan que su madre le preparaba a diario.
No vio que el mar estaba especialmente violento…
No se dio cuenta de los nubarrones amenazaban tormenta…
No notó que empezaba a llover…
No se percató de cómo aquella ola lo arrastraba hacia las profundidades del océano…
No tuvo tiempo de gritar…
No le quedaba aire en sus pulmones…
No volvió a la superficie…
No vio llorar a su madre.
Dirma se dejó caer en el camastro a llorar con desesperación. Las lágrimas pasaron de ser tristeza a ser ira.
Lloró hasta secársele los ojos.
Lloró por su marido…
Lloró por su hijo…
Lloró por que no le quedaba nada por lo que luchar…
Lloró.
A la mañana siguiente, se levantó, fue caminando hasta el acantilado sobre el cual se había edificado el faro del puerto, y se encaramó a lo más alto de las rocas. Desde allí, mirando fijamente las profundidades de las aguas, gritó a pleno pulmón:
-Poseidón, dios de los mares, me has arrebatado todo lo que amaba. Me has dejado sin nada por lo que valga la pena vivir. Es por eso que yo te maldigo. Llévame con los míos. Aquí, no me queda ya nada más que el vacío.
Dicho esto, se arrojó al mar. Aquella tarde de otoño, empezaron a buscar sin éxito, el cuerpo de Dirma y Méndel por los alrededores de los acantilados y del puerto. Dos días mas tarde, abandonaron la búsqueda.

Cuenta la leyenda, que Poseidón, arrepentido, reencarnó a Méndel en una hermosa orca, y que a Dirma, le donó el poder de vivir en el mar, como si de una sirena se tratara. Al mismo tiempo, le encomendó una misión:
Las tardes de tormenta, debería guiar a los pescadores a buen puerto y proteger a los más pequeños, de las fauces de las olas poderosas, que en días tormentosos, arrastran a quienes en su camino se ponen.

Dicen que en los días calurosos de estío, si miras hacia la delgada linea que separa el mar del cielo, se puede ver la silueta de una hermosa muchacha, seguida de una poderosa orca.

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