martes, 27 de enero de 2009

TESTIGO PELUDO (pastel)




HISTORIA

-la oscuridad de la noche parecía proteger a un par de ladronzuelos que intentaban entrar en aquella cara a través de la ventana trasera que daba a la cocina.
Al romper el cristal, el silencio se rompió con el crepitar de los cristales al caer al suelo. Durante unos segundos, esperaron a que el silencio volviera a reinar en la casa, y procedieron a entrar. Al poner el pié en el suelo, el que iba delante pisó algo que le humedeció la zapatilla. Enfocó su linterna hacia el pie, y vio que acababa de toparse con un cuenco de leche.
-¿Qué clase de gentuza vive aquí, que deja la leche por los suelos? (se preguntó)
La respuesta la encontró unos pasos delante de el. Un gatito inofensivo los miraba con indiferencia. Como si aquello no fuera con él.
Siguieron hacia el comedor con toda la precaución que les permitía su torpeza.
Toparon con el sofá, la mesita baja que había frente al televisor y con la lámpara de pie con el consiguiente estruendo.
Dos tropezones mas tarde se encendió la luz del comedor.
Frente a ellos, un corpulento hombre, escopeta de caza en mano, les avisaba de que permanecieran quietos mientras llegaba la policía, que había sido alertada del allanamiento con intento de robo. Media hora mas tarde, cuando salían esposados por la puerta, vieron de nuevo al gato. Estaba erguido, mirándolos. Como si aquello no fuera con él. Era el testigo que todo lo vio. Eso si, un testigo peludo

domingo, 18 de enero de 2009

TABIGNIA (lápiz sobre papel,23 x 33 cm)



Como cada atardecer, al caer la noche, después de una dura jornada laboral en un sucio tugurio frecuentado por la más baja estofa de la ciudad, aquél chico atravesaba el oscuro callejón.
En ocasiones, el silencio y la oscuridad, le encogían el corazón, pero pasar por aquel atajo, le suponía un ahorro de tiempo importante.
Aquella oscura noche, mientras caminaba, se sentía observado.
Era una sensación, que le inquietaba, así que decidió acelerar el paso.
Otras veces la había tenido, pero hoy, era especialmente acusada.
Siguió su camino, cuando de repente…
Antes de que se diera cuenta, estaban rodeándole tres tipos extraños.
El mas alto de ellos, navaja en mano, le pidió que le entregara todo lo que tuviera de valor.
Opuso resistencia, pero al ser superado en número, lo único que obtuvo, fue un duro puñetazo en la mandíbula. Sus labios empezaron a sangrar, al mismo tiempo que le registraban.
Intentó soltarse de nuevo. Forcejearon, consiguió darle una patada al que lo registraba. El tipo se encogió cogiéndose la entrepierna con las dos manos, pero en aquel mismo instante, le asestaron una fatal estocada.
El filo de la navaja, entró sin dificultad en su ya débil cuerpo.
Lo que sucedió entonces, fue una sorpresa que nadie esperaba…
De lo más oscuro del cielo, cayó una sombra veloz que los desorientó totalmente. Era una hermosa criatura con formas de mujer, pero con alas de murciélago. Su desnudez le daba aspecto de fragilidad, pero en menos de un minuto, había tumbado a dos de los agresores, y había lanzado con fuerza al tercero contra una escalera de incendios oxidada, que acabó destrozándole las costillas. Sin apenas pestañear, abrazó al agonizante muchacho, y extendiendo sus enormes alas, salió volando hacia el negro cielo.
El chico, apenas con un hilo de vida en su corazón, creía estar muerto.
Abrió los ojos, miró la extraña figura que lo transportaba, ella lo miró, y con voz clara le dijo:
-Mi nombre es Tabignia, llevo tiempo siguiéndote. Nunca me he acercado a ti, por miedo a que me rechazaras, pero, de entre todos los humanos que he visto, eres al que mas admiro…
-pero… (Susurró el joven) tú, ¿Quién eres? O mejor… ¿Qué eres?
-soy una “Criatura nocturna”, una especie de vampiro que debe matar para subsistir, pero el día de mi iniciación, debí matarte a ti, de eso hace ya diez años. Al negarme, me expulsaron de mi “hermandad” así que desde entonces, me paso las noches deambulando en busca de animales con los que alimentarme…
-pero… ¿vas a matarme?
-no, yo nunca he matado a uno de los tuyos. Es por eso que soy una proscrita. La verdad es que te he protegido muchas veces, hoy… hoy… llegué tarde… perdóname.
El chico no pudo responder, no le quedaban fuerzas. Llegaron a la cima de una montaña en las afueras de la ciudad, Tabignia depositó al joven en el suelo.
Abrió con dificultad los ojos…
La miró.
Por la boca escupía sangre a borbotones…
Se moría…
-Tabignia… bonito nombre (murmuró) gracias por protegerme…
La oscuridad total llegó a su alma
Expiró
La criatura de la noche miró al cielo,
Se lamentó de no haber podido llegar a tiempo…
Era tarde
Lloró sin poder evitarlo…
Los de su raza, no lloraban…
Pero ella era especial…
Bella…
Frágil…
Distinta…

viernes, 16 de enero de 2009

LA CHICA DEL MAR


Me contaba en una ocasión, un viejo marinero. Una historia a cerca del amor de una madre, por su hijo de diez años.
Su nombre era Dirma. Era la esposa de un marinero, que pasaba más tiempo en alta mar que en su casa. Fruto de este matrimonio, nació un rollizo bebé al que pusieron por nombre Méndel.
Como solía pasar cuando los barcos no eran tan seguros, una jornada de horribles tormentas, hizo que el barco tripulado por el marinero, naufragara, dejando una viuda mas en el puerto, y un huérfano de diez años.
Dirma le explicó a Méndel entre sollozos, que Poseidón, dios del mar, había reclamado la presencia de su padre, para que le ayudara en sus tareas de pesca, ya que su padre era un gran pescador. La pobre criatura, creyó las palabras de su madre. ¿Cómo iba a dudar de las palabras de quien lo había traído al mundo? Pero cada día, a la vuelta del colegio, se quedaba sentado en un dique del puerto, mirando hacia el horizonte, a la espera de ver como en la delgada línea que separa el cielo del mar, apareciera la silueta del barco de su padre.
De que tamaño sería el corazón de Méndez, que no había tarde, que no fuera a esperar a su padre. No importaba si hacía un sol infernal, o un frío gélido. No importaba si hacía viento, o llovía a mares.
Él, siempre esperaba.
Una tarde de otoño, mientras esperaba sentado, se comía el trozo de pan que su madre le preparaba a diario.
No vio que el mar estaba especialmente violento…
No se dio cuenta de los nubarrones amenazaban tormenta…
No notó que empezaba a llover…
No se percató de cómo aquella ola lo arrastraba hacia las profundidades del océano…
No tuvo tiempo de gritar…
No le quedaba aire en sus pulmones…
No volvió a la superficie…
No vio llorar a su madre.
Dirma se dejó caer en el camastro a llorar con desesperación. Las lágrimas pasaron de ser tristeza a ser ira.
Lloró hasta secársele los ojos.
Lloró por su marido…
Lloró por su hijo…
Lloró por que no le quedaba nada por lo que luchar…
Lloró.
A la mañana siguiente, se levantó, fue caminando hasta el acantilado sobre el cual se había edificado el faro del puerto, y se encaramó a lo más alto de las rocas. Desde allí, mirando fijamente las profundidades de las aguas, gritó a pleno pulmón:
-Poseidón, dios de los mares, me has arrebatado todo lo que amaba. Me has dejado sin nada por lo que valga la pena vivir. Es por eso que yo te maldigo. Llévame con los míos. Aquí, no me queda ya nada más que el vacío.
Dicho esto, se arrojó al mar. Aquella tarde de otoño, empezaron a buscar sin éxito, el cuerpo de Dirma y Méndel por los alrededores de los acantilados y del puerto. Dos días mas tarde, abandonaron la búsqueda.

Cuenta la leyenda, que Poseidón, arrepentido, reencarnó a Méndel en una hermosa orca, y que a Dirma, le donó el poder de vivir en el mar, como si de una sirena se tratara. Al mismo tiempo, le encomendó una misión:
Las tardes de tormenta, debería guiar a los pescadores a buen puerto y proteger a los más pequeños, de las fauces de las olas poderosas, que en días tormentosos, arrastran a quienes en su camino se ponen.

Dicen que en los días calurosos de estío, si miras hacia la delgada linea que separa el mar del cielo, se puede ver la silueta de una hermosa muchacha, seguida de una poderosa orca.

martes, 6 de enero de 2009